Capítulo 2 "Los isleros"

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Capitulo 2
Los isleros



   Después de unas idas y vueltas con el propietario de la casa, la familia al fin pudo instalarse en octubre de ese año. El arroyo contaba con varios vecinos de vivienda permanente y también con vecinos de fin de semana. Los isleros llaman a estos turistas y los turistas llaman a aquellos isleños, que es como se debe nombrar.
   En el arroyo se arma la junta. Sus integrantes van desde los 14 a los 50 años, todos ellos isleros y no hay ninguna chica. Su ocupación es vagar todo el día, beber, fumar y escuchar música. Todos ellos andan descalzos y visten con prendas de cualquier estilo y de talles más grandes. Ninguno tiene gran porte y sus caritas se observan entre los matorrales siempre risueñas y rojizas. Así parecen más duendes que muchachos.  
   No pasaron muchos días hasta que las chicas formaran con la junta, una bárbara amistad. Los jóvenes corazones sólo pueden palpitar genuinamente y todo lo que habitaba en estas almas marginales, era el valor de la amistad.

   El primer mes fue un dolor de cabeza para el padre.
-        ¡Cómo vas a estar vos boluda, metida ahí toda la noche con esos vagos que no ven una mina ni en la tele porque ni tele tienen!- Los gritos y los insultos se oían a diario en la nueva casa.
-        Y vos Gavy, no decís nada? – reclamaba exasperado.

   A la madre no le parecía mal que sus niñitas prefirieran esas turbias compañías, de hecho fue ella quien impulsó esa relación.

-        Y qué esperabas Pipo? – respondía en tono tranquilo, como si todo el futuro fuera un escenario claro para ella – Así se criaron, entre todos los vagos y delincuentes que traías a casa, era obvio que repetirían la historia!

Pero no había forma de tranquilizar esos miedos y preocupaciones patriarcales.

-¿Por qué no hablás con ellas? – pedía la madre. –Vos tenés que hablar con explicarles cuál es tu punto de vista y escuchar el de ellas. Tienen que conversar, si les gritás sólo vas a profundizar su natural rebeldía.
Para la madre toda situación era analizable, comprensible y tratable. Todo tenía solución y esa solución se construía entre todos.
-        ¡Pero les van a romper el culo!-
-        Cuándo no  el ordinario…
-        ¡Nooo, estas pibas están re locas y yo no lo voy a permitir! Al final vinimos de Guatemala a Guatepeor, vos que en la ciudad tenías miedo que no les fuera a pasar nada, acá esto es un descontrol, estos están re-locos, esos vagos están re enloquecidos. Te digo tienen una locura.. andan todo así…. No, no , no, no-

La madre, revolea los ojos, apoya el codo sobre la mesa y con la mano se sostiene la cabeza y lo mira fijamente. Lo deja hablar y no lo interrumpe.

-Pipo – dice al fin – eso es así en todas partes. Las chicas y los chicos a su tiempo, van a tener que lidiar con esa realidad si queremos que sean personas en el mundo. No se los puede aislar.

-        Pero son chicas todavía- dice el padre apenas más sereno.

-        ¿Y vos qué te pensás que hacen en la ciudad con los pibes de ciudad? Que se sientan a hablar filosofía?  - cuestiona la madre, levantando la voz y mostrándose segura de sus argumentos. Ella también tiene miedo, pero no de las chicas sino de ella misma, de no haberlas preparado lo suficiente. Se cuestiona si acaso “lo que vendrá”, no llegó ya demasiado rápido.
El padre sale de la casa iracundo, dejando tras de sí a la madre sentada a la mesa y todas las puertas abiertas.

-¡Este tipo nunca me cierra la puerta! -  se dice mientras acomoda todo y ya se ha propuesto a tener una conversación con las nenas.

   En el cuarto la hija mayor, sentada sobre la cama, tiene el delineador negro algo corrido. La remera minimalista blanca, deja ver un gran porcentaje de su corpiño negro de encaje que en realidad es de su madre.  Está con los auriculares puestos, la netbook y el celular.

   La madre entra habiendo golpeado antes y no se sienta. Sabe que luego de decirle “¿qué onda?”, su hija se despachará en un sinfín de detalles y nombres raros, siempre eufórica y visiblemente feliz. La hija habla interrumpida apenas por sus propias carcajadas. ¿Habla para no hablar?, se pregunta la madre, pero cuenta todo y Gavy se esfuerza en seguirle el hilo, renunciando a los interrogatorios. Nunca fueron de su agrado. Los odia desde que ella misma era adolescente y se juró nunca interrogar a sus futuros hijos. Así que ahí parada, mirando las fotos de la pared y raspando manchitas con la uña, permanece junto a su primogénita. Tira algunas preguntas del estilo “¿Luly es la chica que vino acá y que no le gustaba la cebolla?” o “Melena no salía con Sofi?” y se reserva sus opiniones profundas, morales y estereotipadas.

La hija mayor está enamorada del vecino Dani y no hay manera de que evite hablar de él.

-        Dani es tan bueno – suspira y sus ojos no indican otra cosa – Lo amo, ma, ¿vos entendés que los amo? Lo amo, lo amo, lo amo!!!- asegura cada vez más motivada.


La madre es feliz.

Capítulo 1 "Los menos isleros"

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Capítulo 1
“Los menos isleros”

                   



En el pequeño muelle que se yergue apenas 5 cm sobre el río, nuestros amigos, unos aspirantes a isleros, intentan pescar. El sol está brillando sobre sus mejillas y el viento del este está haciendo crecer el agua lentamente. Las campanitas en las cañas están tan mudas como las lombrices que se retuercen sobre la madera.
De pie está Rama, un niño de 12 años a quien sus hermanas consideran como demasiado infantil. De mediana estatura, es sin dudas un muchachito hermoso, a veces torpe, pero con un corazón de oro. Su piel dorada y los bucles castaños caen por debajo de la línea de los hombros donde empieza una espalda perfectamente proporcionada remada a remada. Su gracia física sin embargo, no logra opacar la mezcla de paciencia y obstinación con la que encara su tarea.
Allí sentado, con las piernas estiradas y la cabeza apoyada serena sobre un hombro, está su hermano menor. Con 10 años y 20 días, Lobito de río, tiene más la actitud de un adulto que de un niño. El lobito de río es en realidad un pequeño mamífero alargado de hábitos acuáticos, pelaje marrón y carita simpática. Así de parecidos son el hermano menor y el lobito de río del Delta del Río Paraná. Así su contextura, sus hábitos y su carita. De movimientos cautos y expresivos ojos grandes y marrones, el benjamín de la familia tiene una maldad latente, lengua filosa y voz ronca. Es vivaz y muy inteligente. Cuentan sus padres que de bebé nunca lloró ni para pedir alimento. Siempre se hizo entender perfectamente y fue independiente al extremo, aprendiendo todas las cosas con solo observarlas. Aunque es el más mimado, pocas veces saca provecho de esa diferencia a no ser para esquivar algunas tareas domésticas cotidianas.

              

A pesar de haber tenido una infancia en la ciudad, sus padres siempre se preocuparon por enseñarles hábitos rurales. En la ciudad nacieron y se criaron y de la ciudad siempre quisieron huir para siempre.

           Entonces, sobre un muellecito viejo sobre el Arroyo Espera, Rama sostiene una caña y Lobito apenas una línea. Si algo tienen los isleros, es la capacidad de observar las cosas como si fuese la primera vez. Notan cualquier cambio a su alrededor de inmediato, como el río subiendo o bajando, el viento cambiando, aquel tronco, esa embarcación, etc. Tienen además, un agudo sentido del oído del que se sirven para reaccionar ligerísimo ante cualquier evento. Siempre están inspeccionando su medio, siempre le cuesta al monte, esconder sus más perversos secretos. Nuestros nuevos isleros se esforzarán por adquirir dichos poderes sin que nadie se los pida, sólo por el hecho de sobrevivir al humedal, en el acto fundamental de odiar la ciudad y la vida consumista sólo en  apariencia resuelta y feliz.
Contiguo a este muelle, a ambas márgenes del arroyo se multiplican los diversos muelles vecinos, antesala de la mayoría de las casitas isleras si bien en el Delta, esto es casi un lujo.
“Escuchá Lobo – dijo haciendo una pausa Rama - parece que ahí viene el Pinzón”.
Lobito levanta la vista y sin llegar a ver nada, asiente con la cabeza.
Es de mañana en un día de verano y mucho después de oír el 15 del Pinzón, la nave aparece entre las ramas de los sauces que cuelgan como guirnaldas de cumpleaños sobre el agua siempre creciente del arroyo.
Unos metros antes de arrimar al muelle, el padre apaga el motor. Fija el curso y se deja seguir con la estropada.
Y guachos…? – dice el hombre con su voz fuerte – sale algo?
Nada. – Sentencia Rama
¿Ni pez bolsa, loco?

El padre tiene 45 años. La madre lo considera demasiado infantil y las hijas un bipolar. Eufórico e inquieto, fuma y bebe a diario. Habla permanentemente y le cuesta permanecer solitario. A la gente del palo le suele parecer gracioso y la gente careta tremendamente agresivo. Su aspecto desgarbado y sucio, ni siquiera insinúa aquel muchachito de buena familia y resentido que fue. Siempre renegado de su clase social, buscando aliarse con delincuentes y vagos, obtuvo su historial criminal bastante joven para vergüenza de su elegante familia. Logró su entrada a penal como si supiese que un día necesitaría una historia que contar. Desafortunadamente para estas crónicas no vamos a poder entrar en detalles. Su estadía en la Unidad 9 fue un período en el que estuvo ido y hoy no recuerda más que la compañía de un travesti tan bueno que le hacía los mandados; toda la acción, el suspenso y la intriga, la vamos a tener que reservar para las aventuras de los isleros en el humedal.

¿Quieren colgarse de la soga por el San Antonio? – Propuso algo aburrido con el cigarro entre los labios y pasando el contenido violeta de un tetrabrick a un envase de vidrio en la popa del bote.
Los chicos gritan entusiasmados y aquella atmósfera atrapante que conseguían los destellos del arroyo, la brisa y las guirnaldas, parece pasada de moda. Como cuando un abusivo remueve con un palo un hormiguero y toda la colonia se pone en una sintonía diferente a la que tenían cuando sólo se preocupaban por conseguir comida.

¡Traigan el cabo que está en la canoa!
¡Ma ¿no viste mi malla?!
¿A dónde van?
¿Qué están por hacer?
¡Yo la ví!
¡Maaaaaaaa!

Adentro de la casa, desde los distintos cuartos, el resto de la familia comienza a aparecer.
La hermana mayor se asoma a la ventana que da al río, con los ojos  grandes intentando desentrañar de qué se trata el alboroto. A sus 15 años, la experiencia le dice que el padre ha propuesto acción y que ella no se quedará limándose las uñas en la pieza. Aunque isleña en sus prácticas, su apariencia impone a una curvilínea chica de ciudad. Lleva el pelo lacio larguísimo, castaño con destellos colorados y rubión hacia las puntas. De carácter fuerte y extrovertida, el esfuerzo por parecerse a las demás chicas a menudo la deja fastidiosa e irritada. Con una colección de enamorados y muy social, le gusta estar en la compañía de gente bonita en lugares bonitos, riendo por cualquier cosa y haciendo travesuras con el fin de divertirse. Escucha la música de estos tiempos y es viciosa de las redes sociales, la ropa de marca, el delineador negro e inseparable de su BB.
¿A dónde van? – Vuelve a preguntar al no obtener respuesta alguna, mientras observa a Rama arrastrando el grueso cabo en dirección al muelle y escuchar al Lobito preguntar por su short de baño.
Por su parte la hermana menor, ya ha logrado pegar un salto fuera del sillón y desprenderse del gatito que acariciaba sumida en sus pensamientos.

¿Qué están por hacer? – murmura con suavidad más hablando consigo misma que intentando ser respondida.
La hermana menor es la más auténtica de los 4 hermanos. Esbelta y de rasgos delicados resuelve la perfección de su nariz con un septum. Acaba de celebrar 14 años estando en el mundo a su propia manera. Delgada pero bien, mantiene un look que evidencia “me importa todo tres carajos”. Su pelo lacio y rubio es constantemente rasurado por partes, teñido, desteñido, mal cortado y siempre despeinado. Le agrada llevarlo corto aunque le crece con bastante rapidez. Disfruta la junta con pibes de mayor edad casi siempre varones, así como la música de bandas de los suburbios. Es algo melancólica y por momentos insegura, pero siempre muy valiente y dispuesta a meterse en problemas.
Escucha a su hermano preguntar por la malla a lo que responde diligente.
Yo la ví – dice mientras sale en dirección a algún lugar.






En el living se han quedado la hermana mayor y Lobito.
¿Se van a tirar con la soga? – pregunta ella sin temor a equivocarse.

Lobito continúa buscando la malla con los ojos. Entre frustrado y molesto por la insistencia de su hermana, emite un clamor..
¡Maaaaaaaaaaaaa!

La madre no lo escucha. Está en el huerto de atrás charlando con los saltamontes, sonriente por nada en especial, observando cómo su hija menor ha descendido las escaleras y escarba bajo un tacho para volver sobre sus pasos con un short entre las manos.
Al cabo de unos minutos, los estruendosos gritos del padre irrumpen con su nombre.

- Gavy!! Gavy!! Gaaa-vy! – grita con tono de orden. La madre se ha acercado y observa como ya todos se encuentran en preparativos de zarpar.
- Vení. Vamos – continúa el padre.
La madre hace un gesto con la mano y el hombre explica sintético:
-Vamos al San Antonio a arrastrar a los pibes con la soga. ¿Querés venir?
La madre les sonríe, suelta el cabo del muelle y se arroja sobre la cubierta del Pinzón que reposa como fiel corcel sobre las aguas serenas.
Un par de tragos más y el padre tira de la piola para arrancar el motor chino de 15 HP. Es normal que el 15 falle. Pero también necesario. Es el minuto congelado en el que no hay nada y es vacío. Que ni se está en viaje ni se está sólo parado en uno de los tantos  muelles al interior del engañoso humedal. En este átomo de minuto se evalúan todas las posibilidades y las sorpresas porque  todo lo que está por suceder puede cambiarse en este minuto de calma simulada.
    El padre sigue bebiendo y sus maniobras ya son erráticas. Los 6 tripulantes permanecen quietos y silenciosos con la vista fija al frente, a la desembocadura del arroyo y con la mente puesta en el gran río de allá afuera. Entrenan sus pensamientos para la hora en que sus músculos soporten la marejada turbia e irreverente, saborean la adrenalina que les espera, recuentan los detalles que confeccionan la nave, tornillo a tornillo, fibra a fibra. Saben que en este minuto pueden escapar hacia la casa, encontrar  diversión en algún jueguito de pc, tener la casa para sí solos, ser dueños de decir “tengo miedo” o “estoy cansado”, pero ya están demasiado comprometidos con la suerte del destino. Saben que sólo pueden entregarse al destino que los observa con ojos codiciosos sediento de plagar de tristezas los corazones de los aunque curtidos, siempre isleros a su suerte. Sin embargo todos ellos tienen un as bajo la manga. El más valioso, el que no tiene precio ni dato, ni fórmula. Saben que están entre hermanos. Que no deben valerse ni de grito ni señal que explique lo que allá afuera vayan a necesitar para ganar la vida.  Están entre hermanos. Antes que necesiten pedir auxilio, las maniobras ya se habrán dispuesto precisas. Están entre hermanos, en el viejo bote para barrenar las olas de los lujosos yates mientras la vida pende, exactamente, de un hilo.
















Crónicas del humedal

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