Capítulo 1
“Los menos isleros”
En el pequeño muelle que se yergue
apenas 5 cm sobre el río, nuestros amigos, unos aspirantes a isleros, intentan
pescar. El sol está brillando sobre sus mejillas y el viento del este está
haciendo crecer el agua lentamente. Las campanitas en las cañas están tan mudas
como las lombrices que se retuercen sobre la madera.
De pie está Rama, un niño de 12 años a
quien sus hermanas consideran como demasiado infantil. De mediana estatura, es
sin dudas un muchachito hermoso, a veces torpe, pero con un corazón de oro. Su
piel dorada y los bucles castaños caen por debajo de la línea de los hombros
donde empieza una espalda perfectamente proporcionada remada a remada. Su
gracia física sin embargo, no logra opacar la mezcla de paciencia y obstinación
con la que encara su tarea.
Allí sentado, con las piernas estiradas
y la cabeza apoyada serena sobre un hombro, está su hermano menor. Con 10 años
y 20 días, Lobito de río, tiene más la actitud de un adulto que de un niño. El
lobito de río es en realidad un pequeño mamífero alargado de hábitos acuáticos,
pelaje marrón y carita simpática. Así de parecidos son el hermano menor y el
lobito de río del Delta del Río Paraná. Así su contextura, sus hábitos y su
carita. De movimientos cautos y expresivos ojos grandes y marrones, el benjamín
de la familia tiene una maldad latente, lengua filosa y voz ronca. Es vivaz y
muy inteligente. Cuentan sus padres que de bebé nunca lloró ni para pedir
alimento. Siempre se hizo entender perfectamente y fue independiente al
extremo, aprendiendo todas las cosas con solo observarlas. Aunque es el más
mimado, pocas veces saca provecho de esa diferencia a no ser para esquivar
algunas tareas domésticas cotidianas.
A pesar de haber tenido una infancia
en la ciudad, sus padres siempre se preocuparon por enseñarles hábitos rurales.
En la ciudad nacieron y se criaron y de la ciudad siempre quisieron huir para
siempre.
Entonces, sobre un muellecito
viejo sobre el Arroyo Espera, Rama sostiene una caña y Lobito apenas una línea.
Si algo tienen los isleros, es la capacidad de observar las cosas como si fuese
la primera vez. Notan cualquier cambio a su alrededor de inmediato, como el río
subiendo o bajando, el viento cambiando, aquel tronco, esa embarcación, etc.
Tienen además, un agudo sentido del oído del que se sirven para reaccionar
ligerísimo ante cualquier evento. Siempre están inspeccionando su medio, siempre
le cuesta al monte, esconder sus más perversos secretos. Nuestros nuevos
isleros se esforzarán por adquirir dichos poderes sin que nadie se los pida,
sólo por el hecho de sobrevivir al humedal, en el acto fundamental de odiar la
ciudad y la vida consumista sólo en
apariencia resuelta y feliz.
Contiguo a este muelle, a ambas
márgenes del arroyo se multiplican los diversos muelles vecinos, antesala de la
mayoría de las casitas isleras si bien en el Delta, esto es casi un lujo.
“Escuchá Lobo – dijo haciendo una
pausa Rama - parece que ahí viene el Pinzón”.
Lobito levanta la vista y sin llegar a
ver nada, asiente con la cabeza.
Es de mañana en un día de verano y
mucho después de oír el 15 del Pinzón, la nave aparece entre las ramas de los
sauces que cuelgan como guirnaldas de cumpleaños sobre el agua siempre creciente
del arroyo.
Unos metros antes de arrimar al
muelle, el padre apaga el motor. Fija el curso y se deja seguir con la
estropada.
Y guachos…? – dice el hombre con su
voz fuerte – sale algo?
Nada. – Sentencia Rama
¿Ni pez bolsa, loco?
El padre tiene 45 años. La madre lo
considera demasiado infantil y las hijas un bipolar. Eufórico e inquieto, fuma
y bebe a diario. Habla permanentemente y le cuesta permanecer solitario. A la
gente del palo le suele parecer gracioso y la gente careta tremendamente agresivo.
Su aspecto desgarbado y sucio, ni siquiera insinúa aquel muchachito de buena
familia y resentido que fue. Siempre renegado de su clase social, buscando
aliarse con delincuentes y vagos, obtuvo su historial criminal bastante joven
para vergüenza de su elegante familia. Logró su entrada a penal como si supiese
que un día necesitaría una historia que contar. Desafortunadamente para estas
crónicas no vamos a poder entrar en detalles. Su estadía en la Unidad 9 fue un
período en el que estuvo ido y hoy no recuerda más que la compañía de un
travesti tan bueno que le hacía los mandados; toda la acción, el suspenso y la
intriga, la vamos a tener que reservar para las aventuras de los isleros en el
humedal.
¿Quieren colgarse de la soga por el
San Antonio? – Propuso algo aburrido con el cigarro entre los labios y pasando
el contenido violeta de un tetrabrick a un envase de vidrio en la popa del bote.
Los chicos gritan entusiasmados y aquella
atmósfera atrapante que conseguían los destellos del arroyo, la brisa y las
guirnaldas, parece pasada de moda. Como cuando un abusivo remueve con un palo
un hormiguero y toda la colonia se pone en una sintonía diferente a la que
tenían cuando sólo se preocupaban por conseguir comida.
¡Traigan el cabo que está en la canoa!
¡Ma ¿no viste mi malla?!
¿A dónde van?
¿Qué están por hacer?
¡Yo la ví!
¡Maaaaaaaa!
Adentro de la casa, desde los
distintos cuartos, el resto de la familia comienza a aparecer.
La hermana mayor se asoma a la ventana
que da al río, con los ojos grandes
intentando desentrañar de qué se trata el alboroto. A sus 15 años, la
experiencia le dice que el padre ha propuesto acción y que ella no se quedará
limándose las uñas en la pieza. Aunque isleña en sus prácticas, su apariencia
impone a una curvilínea chica de ciudad. Lleva el pelo lacio larguísimo,
castaño con destellos colorados y rubión hacia las puntas. De carácter fuerte y
extrovertida, el esfuerzo por parecerse a las demás chicas a menudo la deja
fastidiosa e irritada. Con una colección de enamorados y muy social, le gusta
estar en la compañía de gente bonita en lugares bonitos, riendo por cualquier
cosa y haciendo travesuras con el fin de divertirse. Escucha la música de estos
tiempos y es viciosa de las redes sociales, la ropa de marca, el delineador
negro e inseparable de su BB.
¿A dónde van? – Vuelve a preguntar al
no obtener respuesta alguna, mientras observa a Rama arrastrando el grueso cabo
en dirección al muelle y escuchar al Lobito preguntar por su short de baño.
Por su parte la hermana menor, ya ha logrado
pegar un salto fuera del sillón y desprenderse del gatito que acariciaba sumida
en sus pensamientos.
¿Qué están por hacer? – murmura con suavidad más hablando consigo misma que
intentando ser respondida.
La hermana menor es la más auténtica
de los 4 hermanos. Esbelta y de rasgos delicados resuelve la perfección de su
nariz con un septum. Acaba de celebrar 14 años estando en el mundo a su propia
manera. Delgada pero bien, mantiene un look que evidencia “me importa todo tres
carajos”. Su pelo lacio y rubio es constantemente rasurado por partes, teñido,
desteñido, mal cortado y siempre despeinado. Le agrada llevarlo corto aunque le
crece con bastante rapidez. Disfruta la junta con pibes de mayor edad casi
siempre varones, así como la música de bandas de los suburbios. Es algo
melancólica y por momentos insegura, pero siempre muy valiente y dispuesta a
meterse en problemas.
Escucha a su hermano preguntar por la
malla a lo que responde diligente.
Yo la ví – dice mientras sale en dirección
a algún lugar.
En el living se han quedado la hermana
mayor y Lobito.
¿Se van a tirar con la soga? –
pregunta ella sin temor a equivocarse.
Lobito continúa buscando la malla con
los ojos. Entre frustrado y molesto por la insistencia de su hermana, emite un
clamor..
¡Maaaaaaaaaaaaa!
La madre no lo escucha. Está en el
huerto de atrás charlando con los saltamontes, sonriente por nada en especial,
observando cómo su hija menor ha descendido las escaleras y escarba bajo un
tacho para volver sobre sus pasos con un short entre las manos.
Al cabo de unos minutos, los estruendosos
gritos del padre irrumpen con su nombre.
- Gavy!! Gavy!! Gaaa-vy! – grita con
tono de orden. La madre se ha acercado y observa como ya todos se encuentran en
preparativos de zarpar.
- Vení. Vamos – continúa el padre.
La madre hace un gesto con la mano y
el hombre explica sintético:
-Vamos al San Antonio a arrastrar a los pibes con la soga. ¿Querés venir?
La madre les sonríe, suelta el cabo
del muelle y se arroja sobre la cubierta del Pinzón que reposa como fiel corcel
sobre las aguas serenas.
Un par de tragos más y el padre tira
de la piola para arrancar el motor chino de 15 HP. Es normal que el 15 falle.
Pero también necesario. Es el minuto congelado en el que no hay nada y es
vacío. Que ni se está en viaje ni se está sólo parado en uno de los tantos muelles al interior del engañoso humedal. En
este átomo de minuto se evalúan todas las posibilidades y las sorpresas
porque todo lo que está por suceder
puede cambiarse en este minuto de calma simulada.
El padre sigue bebiendo y sus
maniobras ya son erráticas. Los 6 tripulantes permanecen quietos y silenciosos
con la vista fija al frente, a la desembocadura del arroyo y con la mente
puesta en el gran río de allá afuera. Entrenan sus pensamientos para la hora en
que sus músculos soporten la marejada turbia e irreverente, saborean la
adrenalina que les espera, recuentan los detalles que confeccionan la nave,
tornillo a tornillo, fibra a fibra. Saben que en este minuto pueden escapar
hacia la casa, encontrar diversión en
algún jueguito de pc, tener la casa para sí solos, ser dueños de decir “tengo miedo”
o “estoy cansado”, pero ya están demasiado comprometidos con la suerte del
destino. Saben que sólo pueden entregarse al destino que los observa con ojos
codiciosos sediento de plagar de tristezas los corazones de los aunque
curtidos, siempre isleros a su suerte. Sin embargo todos ellos tienen un as
bajo la manga. El más valioso, el que no tiene precio ni dato, ni fórmula.
Saben que están entre hermanos. Que no deben valerse ni de grito ni señal que
explique lo que allá afuera vayan a necesitar para ganar la vida. Están entre hermanos. Antes que necesiten
pedir auxilio, las maniobras ya se habrán dispuesto precisas. Están entre
hermanos, en el viejo bote para barrenar las olas de los lujosos yates mientras
la vida pende, exactamente, de un hilo.